Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar
indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más
feliz o la más amarga de tus horas.
Pablo Neruda
La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no
depende de lo que tenemos, sino de lo que somos.
Henry Van Dyke
Cuando era tan sólo un niño
quería hacer muchas cosas: pilotear aviones, escribir cuentos y novelas,
resolver sendos problemas matemáticos irresolubles para la mayoría, cocinar el
mejor postre jamás inventado (u hornearlo), tocar rolas de Johann Sebastian
Bach y de Tomasso Albinoni en la guitarra, correr hasta no poder más, darle
mantenimiento a mi propio coche, viajar, reparar las goteras de la casa, leer
tantos libros como fuera posible, inventar un invento genial (así con esas
palabras), aprender tantas palabras que pudiera hablar sin que me entendieran,
también quería tener un enorme bigote y si era posible una enorme barba.
Recuerdo que mi padre escribía en una máquina de escribir, de esas verdes
pesadas ruidosas, pero hermosas e imponentes. Me gustaba ver cómo se acomodaba
los lentes para leer y escribir y yo me decía: Man, tienes que hacer eso un
día. Quería conducir tantos vehículos como fuera posible: motocicletas, camionetas,
coches grandes y pequeños y camiones, un enorme camión de carga. También quería
tener una novia muy bonita. Quería aprender japonés, alemán, francés e
italiano, no recuerdo que haya querido aprender a hablar inglés porque supongo
que sin darme cuenta lo aprendí. En fin, quería contestar todas las dudas de
todas las cosas que me causaran dudas, sí, así con esas palabras.
Hubo un tiempo que me perdí, pero
cuando me encontré hice un gran descubrimiento: soy un niño de seis años. Mi
cuerpo (hardware) evolucionó, pero mi programa informático (software) es el
mismo. Hoy tengo seis años, vuelo en mi bicicleta, me aferro a un sartén y
volteo en el aire la comida, mi guitarra me tolera sin importar nada y me
encanta, entre Stockes y Riemann a veces no me dejan dormir y termino dormido
en el suelo con las manos llenas del polvo de gis, mis manos se mueven veloces
y con vida propia sobre el tablero de la computadora escribiendo historias de
vidas que nunca voy a vivir, a veces, cuando nadie me ve, hago diseños y un par
de ellos ya son máquinas que funcionan, mis ojos recorren línea tras línea,
párrafos completos que me llevan de aquí para allá a vivir vidas increíbles de
asesinos, detectives y conspiradores, de romances inteligentes y otros
estúpidos, esos últimos los olvido pronto.
Todavía no piloteo un avión y no
sé si algún día lo haga, pero es excitante (además de cansado) esperar un vuelo
a las 5:30 de la mañana.
En el celuar he instalado un
programa para aprender a hablar japonés, y es gratuito, hay días que no sé,
siento que sigo siendo sólo un niño jugando; es verdad, ya tengo un PhD, se
supone que ahora veo las cosas con madurez, se supone que debo ser serio y
temerle a lo desconocido; sin embargo, tal vez sólo soy un niño atrapado en el
cuerpo de un señor, jugando a que soy un adulto muy ocupado. Lo creo porque ah
cómo me divierte vivir.
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