viernes, 13 de octubre de 2017

Black Mirror


Le dijo que el amor era un sentimiento contra natura, que condenaba a dos desconocidos a una dependencia mezquina e insalubre, tanto más efímera cuanto más intensa
Gabriel García Marquez
Del amor y otros demonios


Hace unos días descubrí una serie de Netflix intitulada Black Mirror, me encantó. Antes de hacer paréntesis en los paréntesis de los paréntesis, o como diría mi querido Chipotin, te haces bolas papá, hoy sí organicé mis ideas. Así que antes de entrar de lleno a la serie, quiero hablar un poco de esto y un poco de aquello.
Como lo he mencionado anteriormente, lo único que realmente nos diferencia de los animales es la capacidad que tenemos para generar ficción. De hecho, el doctor Jorge Volpi dijo alguna vez que el ser humano no debería llamarse Homo Sapiens, sino Homo Ficticius, coincido plenamente con él. Antes, acceder a ficción de calidad sólo era posible a través de la literatura y luego un poco en el cine. Pero las nuevas generaciones (a Dios gracias) de contadores de historias han volteado hacia las series de televisión, los comics y los videojuegos. Es así que Black Mirror raya en eso que los expertos llaman una obra maestra.

Un poco de historia. Mucho antes de la mal llamada Revolución Industrial, Charles Darwin estableció (después de montones de análisis) las características físicas que hacían atractivos a los hombres para las mujeres y al revés también. En el caso de los varones son espaldas anchas, piernas fuertes, mandíbulas cuadradas y antebrazos muy anchos, por aquello de que eso aseguraba que el hombre sería un excelente cazador y proveedor para la familia. Por su parte la mujer debería tener una cintura pequeña pero caderas anchas y un buen busto; es decir, grande y firme, lo cual aseguraba que iba a ser una excelente progenitora y aseguraría la supervivencia de los bebés. Con el paso de los siglos, el poder adquisitivo se volvió una característica más importante y, ya que las mujeres no son procreadoras, al menos ya no de tantos hijos, se dio paso a figuras más esbeltas que son consideradas atractivas. Antes de hacer este escrito y después de ver el episodio que quiero contar aquí, hice un estudio antropológico (mitad por curiosidad científica y mitad por masoquismo), dicho estudio fue relativamente simple, busqué en tres idiomas: francés, inglés y español, esto: ¿Cómo ser más atractivo(a) para ella(él)? Literalmente vi decenas de videos, admito que hubo cosas como la higiene bucal que me parecieron bastante lógicas, pero hubo otras que se me hicieron la verdad, bastante pendejas. De hecho, una de esas cosas tontas fue el factor común de todos los videos, si quieres ser más atractivo(a) tienes que demostrar en las redes sociales que eres popular, que tienes una gran vida social y conoces montones de personas (interesantes o pendejas, eso no importa). Mientras más demuestres en las redes sociales que tienes una gran vida social serás más atractivo(a) para él/ella. ¿Te suena familiar? Seguro que sí.
El episodio del que voy a hablar hoy se llama Nosevide. Cabe mencionar que cada episodio tiene un principio y un final, los episodios no están concatenados. En este episodio a manera de ficción, se narra un futuro; no muy lejano por cierto, en donde las personas valen según cuál es su calificación en una especie de Facebook, todos tienen un móvil en el que dicha red social siempre está activa, si dos personas se encuentran en vez de saludarse se envían una calificación mutuamente, la calificación va de 0 a 5 estrellas. Si llegan a comprar un café por ejemplo, le dan una calificación al cajero y el cajero les regresa una calificación también, todo de teléfono a teléfono. En ese mundo (no tan lejano) las personas ya no valen por lo que son, o por lo que tienen, o por lo que saben, o por lo que sea que nos haya hecho valiosos hasta hoy, en ese mundo ficticio (no tan lejano) la gente vale por su calificación en esa red social, de manera que la sociedad (al igual que hoy) se divide en clases, pero las clases van desde los 1 o menos hasta los 4.7, que es más o menos a lo que todos aspiran. De manera que por ejemplo un 3.2 no puede entrar a ciertos edificios y personas de 4.5 no se relacionan con los 3.9 y así sucesivamente. En esa nueva sociedad (no muy lejana) la gente se la pasa pegada todo el tiempo a su puto Smartphone de mierda, no pueden comer sin publicar su comida, inclusive, la protagonista fotografía comida que no se come o no le gusta, pero que es popular, va a correr para publicar que sale a correr, recoge recuerdos de la infancia que no le importan pero porque es cool. La gente viaja sólo para obtener una fotografía del viaje y publicarla, aunque el lugar al que va no le gusta, todo con tal de ganar puntos. Yo le llamo a eso “la comezón del famoso”. Este término lo acuñé al observar personas con las cuales conviví cierto tiempo, que se emocionaban cuando recibían un like en Facebook, que su rostro se iluminaba cada vez que recibían un comentario “lindo”, el 99.99% de las veces de gente irrelevante, de la cual no van a obtener nunca nada, al menos nada de valor y duradero. Lo peor, es que cada vez más lugares y aplicaciones piden que te registres utilizando la puta cuenta de Facebook, cuando digo ¡no uso Facebook!, o ¡no tengo Facebook! Me miran como si fuera un bicho raro. A diferencia de ustedes, yo soy, verdaderamente libre.

Nosevide no está a la vuelta de la esquina, ya existe.


PD: Nunca serás ni te verás como esas personas a las cuales te quieres parecer, es triste, lo sé.

lunes, 9 de octubre de 2017

Soy sólo un niño


Algún día en cualquier parte, en cualquier lugar indefectiblemente te encontrarás a ti mismo, y ésa, sólo ésa, puede ser la más feliz o la más amarga de tus horas.
Pablo Neruda

La felicidad es interior, no exterior; por lo tanto, no depende de lo que tenemos, sino de lo que somos.
Henry Van Dyke



Cuando era tan sólo un niño quería hacer muchas cosas: pilotear aviones, escribir cuentos y novelas, resolver sendos problemas matemáticos irresolubles para la mayoría, cocinar el mejor postre jamás inventado (u hornearlo), tocar rolas de Johann Sebastian Bach y de Tomasso Albinoni en la guitarra, correr hasta no poder más, darle mantenimiento a mi propio coche, viajar, reparar las goteras de la casa, leer tantos libros como fuera posible, inventar un invento genial (así con esas palabras), aprender tantas palabras que pudiera hablar sin que me entendieran, también quería tener un enorme bigote y si era posible una enorme barba. Recuerdo que mi padre escribía en una máquina de escribir, de esas verdes pesadas ruidosas, pero hermosas e imponentes. Me gustaba ver cómo se acomodaba los lentes para leer y escribir y yo me decía: Man, tienes que hacer eso un día. Quería conducir tantos vehículos como fuera posible: motocicletas, camionetas, coches grandes y pequeños y camiones, un enorme camión de carga. También quería tener una novia muy bonita. Quería aprender japonés, alemán, francés e italiano, no recuerdo que haya querido aprender a hablar inglés porque supongo que sin darme cuenta lo aprendí. En fin, quería contestar todas las dudas de todas las cosas que me causaran dudas, sí, así con esas palabras.
Hubo un tiempo que me perdí, pero cuando me encontré hice un gran descubrimiento: soy un niño de seis años. Mi cuerpo (hardware) evolucionó, pero mi programa informático (software) es el mismo. Hoy tengo seis años, vuelo en mi bicicleta, me aferro a un sartén y volteo en el aire la comida, mi guitarra me tolera sin importar nada y me encanta, entre Stockes y Riemann a veces no me dejan dormir y termino dormido en el suelo con las manos llenas del polvo de gis, mis manos se mueven veloces y con vida propia sobre el tablero de la computadora escribiendo historias de vidas que nunca voy a vivir, a veces, cuando nadie me ve, hago diseños y un par de ellos ya son máquinas que funcionan, mis ojos recorren línea tras línea, párrafos completos que me llevan de aquí para allá a vivir vidas increíbles de asesinos, detectives y conspiradores, de romances inteligentes y otros estúpidos, esos últimos los olvido pronto.
Todavía no piloteo un avión y no sé si algún día lo haga, pero es excitante (además de cansado) esperar un vuelo a las 5:30 de la mañana.
En el celuar he instalado un programa para aprender a hablar japonés, y es gratuito, hay días que no sé, siento que sigo siendo sólo un niño jugando; es verdad, ya tengo un PhD, se supone que ahora veo las cosas con madurez, se supone que debo ser serio y temerle a lo desconocido; sin embargo, tal vez sólo soy un niño atrapado en el cuerpo de un señor, jugando a que soy un adulto muy ocupado. Lo creo porque ah cómo me divierte vivir.

Millenials y elecciones 2018

  La educación de una persona comienza dieciocho años antes de su nacimiento Napoleón Bonaparte ¿Por qué hago este escrito? No es...